miércoles, abril 30, 2014

'Divergente', lo de siempre pero más inverosímil

Como una condena inevitable, no dejan de surgir nuevas sagas (o intentos de saga) de protagonistas y contenido adolescentes que siguen un esquema predeterminado, que no ofrecen ninguna sorpresa y que lo único que buscan es seguir captando seguidores que cumplan con el ritual anual de ver una película de la serie sin hacerse demasiadas preguntas, siguiendo casi al pie de la letra el relato planteado por un libro de más o menos éxito y con unas características que se repiten sin cesar. Divergente, la última de esa moda, no sólo no es una excepción, sino que por desgracia es una de las más decepcionantes. Todo suena más inverosímil que, por ejemplo, en Los juegos del hambre. O incluso que en en Crepúsculo o en Cazadores de sombras. O en Soy el número cuatro. O, cómo no, en The Host. Son sagas cortadas por el mismo patrón de forma mimética y nada disimulada, y el proceso parece ir empeorando poco a poco. Divergente es inverosímil, no tiene carisma y está plagada de incongruencias, además de desaprovechar unas mínimas alegorías históricas que parece querer presentar en el universo que construye.

El punto de partida de la película, y del libro en el que se basa (que no he leído pero aún así se puede apostar que la película sea un calco casi idéntico que satisfaga a sus lectores), recuerda a ideas más o menos vistas. Futuro distópico, una Chicago rodeada por una enorme valla y cinco grandes clases. Entre dos de ellas hay una lucha de poder. Todos los jóvenes han de elegir en un momento de sus vidas, representado en una vistosa ceremonia, si quieren seguir en el gremio en el que han crecido o si optan por otro, al margen de los que les diga una prueba de aptitud previa que no parece tener entonces demasiado sentido. Puede que sea ahí donde empiecen los problemas de este mundo, que se mueve en los 139 minutos de la película con demasiado descontrol y poca fe en sus propias normas. Son incontables los momentos en los que uno se pregunta por qué sucede lo que está sucediendo o que sentido tienen algunos hechos. Y lo llega a decir con claridad uno de los personajes, Eric (Jai Courtney) cuando proclama que son las nuevas normas de hoy que sustituyen a las de ayer. Perfectamente aplicable a la propia película.

Gusten o no, lo que acaba salvando a una película de este estilo (o, dicho de otra manera, logrando dinero en taquilla) es el carisma de sus protagonistas. Gusten o no a la mayoría de los mortales, si los chavales a los que apunta un filme así acaban satisfechos o incluso enamorados es que la cosa funciona (sí, estoy pensando en Crepúsculo). Y ahí, a diferencia por ejemplo de Los juegos del hambre (que tampoco era una maravilla, por mucho que su segunda entrega suponga una gran mejora pero que supera con enorme holgura a ésta), Divergente no triunfa. Shailene Woodley (la hija de George Clooney en Los descendientes) y Theo James encabezan un reparto que cumple con la premisa de mezclar juventud y atractivo físico, pero cuyos personajes son tan previsibles, lo es todo el guión, que es difícil encontrarles sentido. Cumpliendo otra de las normas de este cine, ha de haber actores de reputación y de más edad, tarea que aquí completan Ashley Judd, Tony Goldwin y una Kate Winslet que pocas veces habrá estado tan poco interesante. Se nota mucho que sus pretensiones para aceptar esta película no pasaban de cobrar el cheque y cubrir el expediente.

Y todo eso repercute en el resultado final de Divergente, pobre y olvidable. Su escenario no termina de enganchar porque sus posibilidades se desaprovechan con una concatenación de sucesos nada sorprendentes, poco trascendentes y no especialmente bien explicados. Sus personajes no entusiasman porque o son estereotipos muy, muy trillados, simples caracteres que cumplen una función muy básica a veces incluso para una sola escena, o incluso desaparecen y reaparecen a conveniencia. Aún a pesar de su escenario de ciencia ficción, y algún que otro plano curioso de Neil Burger (un director que sorprendió con El ilusionista pero que más allá de eso no termina de evolucionar), la película echa en falta un auténtico clímax bien rodado y con la espectacularidad que necesita un filme así. Y se podrían seguir sacando defectos, pero todos se resumen en una pregunta: ¿Hacían falta 139 minutos para contar tan poca cosa? La obsesión por las trilogías, porque ésta también pretende serlo, hace que este cine, que antaño tenía sus posibilidades y su público, sea cada vez peor.

lunes, abril 28, 2014

'El viento se levanta', belleza sin tanta sustancia

El nombre de Hayao Miyazaki lleva años siendo destacado como el de un genio, un maestro del anime y de la narrativa. Y sin embargo es un cineasta con el que siempre me ha costado conectar, algo que se reproduce de nuevo en El viento se levanta. Aprecio sus enormes hallazgos visuales, la belleza poética que consigue imprimir a sus imágenes, lo bien que utiliza las secuencias irreales (en ese caso, oníricas) y algunos aspectos de sus historias. Pero el conjunto me suele dejar algo frío. Incluso, aunque pueda parecer un sacrilegio a los muchos seguidores de Miyazaki, me llega a aburrir. Eso sucede en El viento se levanta con bastante facilidad si no se conecta con el sueño del protagonista. Un sueño que funciona cuando es niño, en el primer cuarto de hora, y cuando se convierte en un hombre enamorado, en la media hora final. Pero que entre medias queda algo deslabazado y no consigue enganchar tanto. Por supuesto, habrá quien sí se vea no sólo enganchado sino sumergido. Y ahí sí se podrá disfrutar de la película con mucho interés.

El viento se levanta es una biografía, con toques de ficción bastante claros, de Jiro Horikoshi, el ingeniero que creó los aviones de combate que Japón utilizó durante la Segunda Guerra Mundial. Obviando todo tipo de controversia que pueda generar el sujeto escogido y ese trasfondo (sobre todo porque no la hay, es una película y no un dogma), lo cierto es que esta trama, pese a ocupar buena parte del metraje, acaba por no tener la mayor importancia. Es la excusa de Miyazaki para arrancar la película como el deseo infantil de un niño que por sus problemas de visión jamás podrá ser piloto y para generar sus secuencias oníricas, que están entre lo mejor del filme, pero todo este asunto palidece, y además con una enorme claridad, cuando el guionista y director se centra en la historia de amor que desarrolla al final. Tanto es así que resulta inevitable pensar que, empleando tanto tiempo en aviones y trabajos de ingeniería, se le ha escapado la oportunidad de hacer una de las mejores películas románticas de los últimos tiempos.

Estas secuencias, no obstante su confinamiento en ese tramo final, son las que dan belleza y sustancia a la película. Sin ellas, la profundidad parece perderse casi por completo mientras se suceden peripecias que no terminan de servir más que de motor de secuencias concretas pero que adolecen de un hilo emocional claro. Al final, Hiro es un personaje con un enorme potencial pero que nunca termina de explotar. Y siempre da la impresión de que los planes de Miyazaki pasan por hacer de la película algo más que una simple biografía, pero no parece que esas intenciones trasciendan lo visual. Ahí sí hay una excelencia notable, con planos bellísimamente animados y con ideas sobre el papel que habrían sido hermosas incluso sin un acabado tan preciosista. La película crece, de hecho, cuando esas ideas se agarran además a la parte más real. Narrar sueños parece más fácil, pero es más sobresaliente el trabajo en secuencias como la del tren o la del avión de papel (en ambas el viento juega un papel protagonista y da sentido completo al título del filme).

Pasada la intriga del planteamiento inicial, se sumerge en una fase pretendidamente mucho más profunda, pero a la que le falta mucha fuerza. Al final, no tiene mayor trascendencia que el protagonista sea quien es (y, por tanto, la base de la polémica en torno al filme), porque se deslizan varias frases en la película en las que se distancia por completo al protagonista de la guerra a la que está contribuyendo con su trabajo, y sí quién quiere ser, el hombre enamorado que no sabe dividir su tiempo entre su trabajo y la atención hacia su amada. Hay detalles atractivos en las poco más de dos horas de la película, pero el conjunto, casi unánimemente alabado y reconocido con premios y nominaciones, se antoja bastante más vacío de lo que parece. Y será difícil que El viento se levanta no enamore a los seguidores de Miyazaki, que con este filme anunció su despedida del mundo del cine, pero tampoco parece la película más sencilla para admirarle si no se tiene experiencia previa en el mundo del anime en general y en la filmografía de este autor en particular.

viernes, abril 25, 2014

'Pompeya', desastres por doquier

Es fácil adivinar qué tiene que ofrecer Pompeya sólo atendiendo a su título. Un volcán en erupción que se lleva por delante todo lo que está en el camino de sus ríos ardientes de lava y su lluvia de cenizas. Una película de desastres con aroma a cine de romanos, de gladiadores y de senadores. Pero lo malo es que el desastre que narra no es el único que contiene la película, que podría haber sido un entretenimiento al menos pasable de fortalecer sus mejores bazas. Dado que tiene un muy logrado aspecto visual, tanto en la siempre nostálgica traslación al antiguo Imperio Romano a través de trajes y entornos como en los efectos especiales que utiliza para recrear la furia del volcán, e incluso admitiendo como inevitable lo más previsible y rutinario del guión, es una auténtica lástima que los diálogos arruinen por momentos la experiencia. Ayudan a que los personajes sean mucho más planos y llegan a ser la causa de esa risa nerviosa que provoca en el auditorio una comedia involuntaria como acaba siendo a ratos. En el guión hay, efectivamente, desastres por doquier.

Antes de que lleguen frases tan terribles que despiertan una nada buscada hilaridad (como el "no hay sitio para ti" del clímax, tan gratuito como inexplicable), lo cierto es que la impresión final que deja Pompeya es la de una serie B agradable. Los actores, aunque precisamente por eso la película sea más previsible de lo que debería, encajan en los perfiles que busca la historia (Kit Harington es un buen héroe, Emily Browning una correcta dama en apuros, Kiefer Sutherland un malo algo caricaturesco pero identificable por eso mismo), el diseño de producción se antoja acertado aunque en algunos momentos se note que no estamos ante una superproducción de gran estudio y los efectos visuales son más que correctos. Incluso la dirección de Paul W. S. Anderson, contra todo pronóstico viendo su filmografía (en la que figuran títulos como Mortal Kombat, Alien vs. Predator o alguna entrega de Resident Evil), es pretendidamente clásica en muchos momentos, lo que facilita la inmersión en un cine por desgracia pasado de moda como es el de romanos.

Pero las ilusiones van cayendo poco a poco sin posibilidad de rescate. Hay que insistir en que se puede aceptar la ingenuidad (incluso alguna escena de muerte más bien fallida) o la ausencia de pretensiones más elevadas, pero no muchas de las cosas que suceden en la pantalla, donde se van sucediendo casualidades imposibles, reacciones absurdas y, sobre todo, unas frases que restan eficacia a las buenas intenciones que esconde el filme. Aún disfrutando de la vertiente más religiosa que se desliza en algún momento, eso va enterrando progresivamente todas las opciones de que la película llegue a emocionar, por mucho que la sencilla historia de esclavos gladiadores (en la que se nota más de un intento de imitar a la espléndida Gladiator de Ridley Scott con leves variaciones) se convierta en una de amor que es más difícil de creer. Los giros de guión son tan manidos y previsibles que tampoco ayudan. Pero todo, hay que insistir en ello, habría sido mucho más llevadero con algo más de ingenio y acierto a la hora de dar forma a las escenas y a lo que los personajes dicen.

Puede que el motivo de estos puntos débiles esté en que la película haya querido potenciar la fuerza de las imágenes, la credibilidad en la recreación de la erupción del volcán, y que todo encaje en unos cánones visuales que satisfagan tanto a aquellos que disfrutan con el peplum más clásico como a los espectadores más contemporáneos. Aún así, se antoja complicado seguir a Pompeya a los lugares a los que quiere llevar al espectador, porque la propia película se pone muchas trabas, convenciones e incluso trampas para que el resultado sea lo que le habría gustado ser. Y lo peor de todo es esos infumables diálogos que ofrece acaban sacando al espectador de la película con demasiada facilidad. Si es posible abstraerse de tan contundente defecto, es un simple divertimento familiar, que se aleja de los excesos carnales y violentos de los romanos más exitosos, los de Spartacus en televisión, y que no consigue llegar a las cotas míticas de este cine en los años 50 y 60 del pasado siglo o de las mejores recreaciones modernas, por pocas que sean.

jueves, abril 17, 2014

'The Amazing Spider-Man 2', tan brillante y valiente como un tanto extraña

Aceptando como punto de partida que es un filme muy entretenido, no es nada fácil valorar The Amazing Spider-Man 2. El poder de Electro, secuela del temprano reboot que Marc Webb comenzó hace dos años con la primera entrega. No es fácil desde ningún punto de vista, ni para el lector habitual de cómics, ni para quien se acerque a esta película sin demasiado conocimiento sobre el personaje. Y no es fácil porque combina momentos de gran brillantez en esto que se ha venido a conocer como cine espectáculo, con una segunda mitad vibrante a todos los niveles, y planteamientos sumamente valientes para una película de superhéroes, a los sólo Capitán América. El Soldado de Invierno y de otra forma ha querido acercarse, pero al mismo tiempo deja un sabor de boca extraño. Primero, por sus errores, que son difíciles de justificar (y aún más difíciles de explicar para no reventar la historia), y segundo porque, en realidad, esta segunda película es la mitad de la historia propuesta, por mucho que esté coronada por un sensacional clímax que hacía necesario poner el punto final (y aparte, de hecho) donde efectivamente lo coloca el guión.

Empezando por los aciertos, estos arrancan desde la primera película. El reparto es formidable, y es un enorme acierto haber dado el protagonista a un actor como Andrew Garfield, que transmite toda la sensibilidad, las dudas, la comedia que necesita Spiderman, tanto sin máscara como con ella, con un lenguaje corporal excepcional. La química de Garfield con Emma Stone es soberbia y eso es lo que hace funcionar la parte romántica de la historia, junto con una acertada dirección de Webb, muy cómodo en este terreno. Siempre se siente a Peter Parker y Gwen Stacy como el corazón emocional de la película, como ya sucedió en la primera parte. Webb, muy diestro en esa faceta, no se maneja tampoco mal en la acción y en el festival de efectos visuales que supone la película, mostrando al Spiderman más creíble y espectacular que se ha visto nunca en pantalla. Es un absoluto sueño hecho realidad para cualquiera que conozca el personaje verle balancearse por Nueva York como lo hace.

Eso, la espectacularidad visual de Electro (un al comienzo desacertado Jamie Foxx, salvable de la schumacherización -los seguidores de la primera saga de Batman saben lo que eso supone- a la que se veía abocado por el espléndido trabajo digital), el inquietante papel de Dane DeHaan como Harry Osborn (aunque el suyo sea el que peor se acaba dibujando al final y el que más sufre la acumulación de ideas en el filme), el ritmo creciente y la muy acertada mezcla de comedia, romance y acción que ha de proponer una película de Spiderman que quiera ser fiel al cómic son sus puntos fuertes. Junto con la valentía que contienen algunos aspectos del guión, por los giros que propone (aunque haya que decir que deja cierto sabor a decepción el misterio sobre los padres de Peter que planeó con más acierto sobre la primera película) y la forma de encarar la película en algunos momentos, incluyendo elipsis más que interesantes, hacen de The Amazing Spider-Man 2 una película como poco tan conseguida como su predecesora, aunque haya más pros y contras que destacar aquí que en una regularmente notable primera entrega.

¿Qué falla? En primer lugar, y duele por recurrente, la inclusión de demasiados personajes, lo que lleva a que algunos queden inútilmente desaprovechados. En segundo lugar, los también típicos problemas del cine de acción, en el que parece difícil creer por qué pasan algunas cosas fácilmente solucionables de otra forma. Así planea sobre la película una sensación de estar a medio construir, modificada sobre la marcha, que lastra en cierta medida el resultado final, aún sin arruinar en absoluto su más que gozoso entretenimiento. Eso sucede porque se ha generado tal ansiedad por crear una saga que incontables conceptos quedan para la siguiente secuela. Y también, íntimamente ligado con esto, porque la asfixiante promoción de la película cuenta demasiado, arruina la experiencia y desvela aún más defectos. Hay escenas y diálogos de los trailers que no están en el filme, incluso algunos para cambiar radicalmente algunos instantes. Da la impresión de que hay movimientos improvisados y eso pesa, aún reconociendo el gran trabajo de montaje que hace que uno salga del cine con la sensación de haber disfrutado, sufrido y animado como un niño pequeño.

miércoles, abril 16, 2014

'El tour de los Muppets', bendita y todavía fresca ingenuidad

Aquellos que nos consideramos nostálgicos de las formas en las que el entretenimiento cobraba forma en nuestros años de infancia, sean éstos los 60, los 70 o los 80, seguimos celebrando que los Muppets sean unos personajes que todavía hoy tengan tanto que decir. El tour de los Muppets llega tres años después de Los Muppets y mantiene toda la frescura con la que aquella recuperó a las maravillosas marionetas de Jim Henson. James Bobin, director de ambas y coguionista de esta segunda, reduce levemente la estructura de gran musical que tenía la primera (aún sin renunciar a las canciones) y apuesta por una historia algo más elaborada desde la ingenuidad que preside, y que tiene que presidir, cualquier película de los Muppets. Bendita ingenuidad, por cierto, porque en estos días en los que parece que sólo vende lo truculento, lo complejo, lo adulto, es sencillamente maravilloso encontrarse con una película tan divertida, tan amena, tan simpática, tan sincera y tan para todos los públicos como ésta.

Comparándola con la primera de esta ojalá longeva saga, hay un pequeño bajón en la parte musical. Y eso que empieza con un sensacional número que recoge la acción justo donde se quedó en aquella y riéndose precisamente y con brillantez de esta moda de hacer secuelas a cualquier éxito de taquilla. Pero no todas las canciones que hay de ahí en adelante quedan igual de bien, alguna se antoja incluso prescindible y dado que la película sigue centrándose en el show de los Muppets se echa en falta un espectacular número final. Es, quizá, el único elemento discutible de la película, que sabe mantener las constantes del filme precedente. Esto es, los Muppets en plena forma, una comedia divertidísima, esa ingenuidad que lo convierte en un título sumamente accesible, una brutal variedad de escenarios y una tronchante capacidad de introducir los más disparatados cameos. Y en estos dos últimos aspectos lo mejor es no saber absolutamente nada porque la sorpresa hace que las risas sean todavía más abundantes a lo largo de la película.

La clave de que El tour de los Muppets funcione tan bien como lo hace es que sus personajes, la marca que representan y su humor son imperecederos. Funcionaban igual de bien hace tres décadas que en nuestros días, y eso es porque su comedia es inteligente, sincera y sencilla. Bobin propone 107 minutos de diversión muy bien llevada, en la que consigue sacar partido a todos los Muppets que desfilan por la pantalla (quizá el gran perjudicado sea Walter, el añadido de la anterior película, al que sólo se da protagonismo en la parte final) y consigue que todos los actores se diviertan y hagan que el público se divierta, desde los protagonistas Ricky Gervais (aquí más familiar y menos irreverente de lo que esperarían los seguidores de aquella gala de los Globos de Oro que presentó), Ty Burrell y Tina Fey hasta la larga ristra de artistas que aparecen unos breves segundos. Nadie desentona (aunque se echa de menos a Amy Adams). Nada falla realmente en la película, que sirve para que se siga perpetuando el riquísimo legado de los Muppets.

Sí queda la sensación de que está algo por debajo de la película anterior, algo que se centra de forma especial en su aspecto musical, pero de una forma mínimamente perceptible, porque el buen rato que ofrece su estrafalaria y simpática historia está dentro de la tradición de los Muppets y de un cine y un entretenimiento que no se ve con tanta frecuencia en nuestros días. Lo mejor de El tour de los Muppets es que no es una secuela pensada, rodada y vendida únicamente para sacar el dinero de los nostálgicos o de quienes disfrutaran de la primera película, dentro de esa machacona industria del entretenimiento que a veces se olvida de hacer productos sinceros. Como aquella, esta secuela está realizada con mucho acierto, con mucho cariño a los personajes y con un inmenso respeto al espectador, por lo que lo único que cabe pensar es que haya una tercera película que mantenga este nivel. Bendita ingenuidad, sí, la que siguen proporcionando los Muppets con historias tan frescas y divertidas como ésta.

martes, abril 15, 2014

'Mejor otro día', una comedia menos negra de lo que debería

Mejor otro día debía ser una comedia negra, muy negra. El material está ahí y la premisa lo exige. Cuatro personas deciden suicidarse en el mismo momento, en Nochevieja, y desde el mismo lugar, la azotea de un edificio, y ese encuentro cambia para siempre sus vidas gracias a un pacto que firman para que ninguno de ellos intente quitarse de nuevo la vida al menos hasta el día de San Valentín. Pero su director, Pascal Chaumeil (Llévame a la Luna), basándose en la novela de Nick Hornby, no termina de escarbar en la historia hasta el punto de mala leche que habría sido agradecido. Hay algunos diálogos brillantes, hay cierto momentos atractivos de sus protagonistas, pero al final todo queda demasiado deshilachado y es difícil ponerse en la piel de cualquiera de los cuatro protagonistas. Chaumeil, habitual director de segunda unidad de Luc Besson no consigue más que una película relativamente agradable, pero queda la sensación de que había materia prima para mucho más.

Aunque hay pinceladas de esa comedia negra que se intuye en la premisa, y que de hecho es la que se viene a mostrar en la primera y delirante escena de la película (probablemente la mejor), en la que se juntan los cuatro suicidas en la azotea sin saber quiénes son ni los motivos por los que quieren acabar con sus vidas, la opción de Chaumeil es la de una comedia mucho más ligera. El motivo es simple, no es una película sobre la muerte o el suicidio, sino una película sobre la vida. Parece un matiz nimio, pero a la larga es lo que decanta la balanza hacia un filme tan simpático en algunos momentos como inane en su conjunto, y que se sustenta mucho más en sus personajes que en su historia o en la forma en la que está contada, porque el filme deja pasar algunos temas jugosos (la presión de los medios sobre los cuatro protagonistas, tres de ellos anónimos antes de que tuviera lugar su encuentro) y avanza a base de unas elipsis que no terminan de estar demasiado bien explicadas.

Son, decía, los personajes los que sostienen la película, que de hecho se estructura en cuatro bloques no demasiado definidos en base a los cuatro protagonistas. Y más incluso que los personajes, los actores. Porque los primeros se construyen a pinceladas más o menos irregulares, con aspectos que incluso se quedan en el aire sin que haya demasiado motivo para ello (como, por ejemplo, las menciones a la hermana de Jess) pero se hacen creíbles con el buen trabajo del reparto. Pierce Brosnan, Toni Collette, Imogen Poots y Aaron Paul están muy convincentes, pero sobre todo merecen ser destacados los dos más veteranos, los dos primeros, los que más y mejor se creen sus papeles (aunque Poots encaja a la perfección en la parte más alocada de su personaje), y los que hacen mucho más verosímiles sus diálogos. El "¡te han curado!" de Collette viene a ser la más divertida muestra de que capta a la perfección la ingenuidad de su personaje, mientras que Brosnan aporta lo de siempre, su propia clase personal, que tan fácilmente le lleva a interpretar una película de James Bond como un anuncio de seguros.

Si lo que se busca es una película agradable para pasar el rato sin demasiadas pretensiones, Mejor otro día vale perfectamente gracias a esos detalles positivos en sus diálogos y en su reparto, pero es inevitable esa sensación agridulce porque la historia daba para más. Y aunque el nombre de Nick Hornby incite a pensar en algo más, porque casi todas sus novelas han sido objeto de adaptación al cine desde que triunfó Alta fidelidad y es guionista de la merecidamente alabada An Education, lo cierto es que la película se queda corta. Alguna que otra risa, algún que otro camino interesante, alguna que otra escena muy lograda, pero un conjunto que Chaumeil no termina de llevar con acierto como para que el destino de los personajes pueda llegar a importarle demasiado al espectador o para que la película sea algo más que un pasatiempo ligeramente amable.

lunes, abril 14, 2014

'Miel', los grises de la vida y de la muerte

Si la eutanasia es un tema complicado de abordar en la vida real o en el debate social, no lo es menos en el cine. Miel es, en ese sentido, una película valiente. Valeria Golina, aquella actriz italiana que aparecía en Rain Man y en alguna que otra película norteamericana de finales de los años 80 y comienzos de los 90, es la principal artífice de esa valentía, como directora de este su primer largometraje y coguionista. Pero es que además de la valentía que supone encarar el proyecto hay que hablar de la que encierra la mirada por la que apuesta la película, la de la belleza sensible de una espléndida Jasmine Trinca que marca un proceso emocional delicadamente narrado para mostrar los grises que hay en este debate sobre la muerte pero también sobre la vida. Desde ahí, desde la ausencia de adoctrinamiento y apostando por mostrar el alma de los protagonistas, es desde donde Miel se convierte en una película a tener en cuenta.

Golino nos describe a su protagonista, que se hace llamar Miel pero cuyo nombre real es Irene, a través de su trabajo, de los viajes que tiene que hacer y de las situaciones emocionales a las que tiene que hacer frente. Todo con una seguridad importante, en la que ella siente como importante ser fuerte, dura y serena. ¿Pero qué puede hacer que esas sensaciones se desmoronen? Ese es el trayecto emocional que describe Golino, y lo hace con sensibilidad y sinceridad, sin juzgar a ninguno de los personajes que aparecen en la pantalla, por extremos que sean sus comportamientos y por difícil que sea entender las decisiones que adoptan para cada espectador. Esa es la riqueza de Miel, que invita a sentir pero también a pensar. Las emociones son relativamente fáciles de conseguir, pero la reflexiones no, sobre todo aquellas que perduran una vez que se ha terminado la película.

En algún momento la película recorre terrenos que no parecen tan firmes, cuando trata de escarbar en aspectos de la vida personal de Irene que no están directamente vinculados con la trama central de la película. Al final todo cobra sentido como parte de una panorámica emocional compleja, pero es quizá ahí donde se le escapa levemente la película a Golino. Salvando esos pequeños detalles, dirige con firmeza, crea algunos momentos visualmente espléndidos (la primera secuencia en la que aleja la cámara por un largo y metafórico pasillo, el plano-contraplano de la conversación entre Irene y Carlo), y, sobre todo, conduce muy bien a sus actores. Jasmine Trinca entiende a la perfección ese viaje emocional que quiere ser la película y tanto ella como su personaje muestran una madurez creciente en la pantalla. Carlo Cecchi acaba siendo el complemento perfecto para entender además ese carácter de escala de grises sobre la vida y la muerte que es el filme.

La película, su directora y su protagonista han recibido elogios y reconocimientos en varios festivales y no es nada extraño que haya sido así. Miel es un intenso recorrido vital condensado en unos pocos días, lo que habla muy bien del trabajo de síntesis que se ha hecho a la hora de escribir y de montar el filme en unos ajustados y en ese sentido casi perfectos 98 minutos en los que es difícil sustraerse al encantado de la intensa mirada de Jasmine Trinca, que va mucho más allá de la belleza física para mostrar con sus ojos el interior de su alma. Eso es lo que más valor tiene en el filme, que bajo un aspecto pretendidamente frío y en el que no se pide una complicidad ciega con ninguna forma de afrontar la vida o la muerte, se condensa una inagotable colección de sensaciones. Valeria Golino debuta francamente bien como directora y se gana que su nombre esté apuntado ya en muchas agendas.

viernes, abril 11, 2014

'Anochece en India', importa el viaje, no el destino

Ese principio vital que da más importancia al viaje que al destino es lo que da fuerza a Anochece en la India, debut en el largometraje de Chema Rodríguez, autor también del guión. El viaje que narra en el filme queda inconcluso, precisamente para incidir en la importancia de lo que hay en los poco más de 90 minutos anteriores a ese desenlace que plantea, entre lo trágico y lo onírico y que deja cierta sensación de desconcierto. No es esa sensación algo necesariamente negativo porque parece formar parte de los planes del autor, pero sí que parece privar a la película de un necesario redondeo. Una cosa es que importe más el viaje, pero quedarse sin destino puede frustrar al espectador. Siendo ese viaje lo que importa, Anochece en la India se convierte en una apetecible road movie, singular por mucho motivos y al que el mayor pero añadido que se le puede poner está en el sonido, un defecto demasiado habitual en el cine español y que rompe continuamente la atmósfera y, especialmente, la sobresaliente actuación de Juan Diego.

Rodríguez basa su viaje en dos pilares fundamentales. El primero, el esencial en realidad, son sus actores. El reparto busca ser realista y humano, lejos de los cánones de belleza que suele explotar el cine, algo que la credibilidad de la película agradece sobremanera, incluso aunque la película contenga el inevitable desnudo femenino que, estirando hasta la extenuación el tópico, no parece faltar nunca en una película realizada en nuestro país. Juan Diego borda el papel de Ricardo, un viejo cascarrabias en silla de ruedas que decide emprender ese viaje hacia la India y Clara Voda, dando vida a su asistente, Dana, una mujer rumana que se ha pasado un largo tiempo cuidándole en España y que no quiere quedarse atrás en esta descabellada aventura. Uno de los aciertos esenciales de Rodríguez en esa trama es que va alternando y, sobre todo, interrelacionando el protagonismo de los dos personajes centrales.

El segundo pilar está en los escenarios en los que se desarrolla la película. Es inevitable que la mayor fascinación se produzca en el ramo final, en la India, pero en realidad es todo el filme el que encandila visualmente, con un atractivo trabajo de fotografía y de búsqueda de localizaciones. Como en el caso del reparto, este aspecto destaca porque está todo anclado en la realidad. No hay nada edulcorado ni embellecido, todo suena absolutamente real, e incluso sirve para que las calculadas imprecisiones del guión (el pasado de Ricardo, el motivo de que esté postrado en una silla de ruedas, la deuda del amigo con el que habla por teléfono o algunos aspectos de la vida de Dana en Rumanía) porque, de nuevo hay que insistir en esa idea, lo que importa es el viaje, enriquecido con la presencia de otros personajes que entran y salen para apuntalar con acierto la personalidad de los dos que de verdad importan, Ricardo y Dana.

Anochece en la India tiene ciertas flaquezas en lo que no muestra, el único flanco de la película en el que puede reinar cierta irrealidad. Y, sobre todo, hay un trabajo no del todo depurado en el sonido, que perjudica esencialmente a Juan Diego, algunas de cuyas frases entran en el terreno de lo ininteligible, y seguramente no por culpa del intérprete. Al margen de esos dos detalles, el filme es una pieza atractiva e interesante, que bucea en el alma de unos personajes que de forma voluntaria elude cerrar para que sea el espectador el que salga de la película interpretando lo que ha sucedido. Como ópera prima es muy atractiva y la historia que plantea es lo suficientemente fresca como para irle olvidando los defectos a pulir y centrarse en sus muchos aciertos, empezando por la espléndida escena inicial bajo la lluvia, una fotografía difusa del alma de los personajes que elude las aclaraciones que daría un plano completo.

jueves, abril 10, 2014

'Need for Speed', no lo intenten en la vida real

Nada más acabar las ¡más de dos horas! que dura Need for Speed, aparece un rótulo que ocupa toda la pantalla pidiendo que no se repita en la vida real lo que se acaba de ver, que todo ha sido rodado por especialistas en circuitos cerrados y controlados. Es la señal de los tiempos políticamente correctos en los que vivimos, que obliga a colocar esta advertencia para evitar futuras demandas por imitación después de una historia que muestra a un glorificado héroe romper más de una docena de leyes, y no sólo las de tráfico, para demostrar que es un piloto espléndido. O, en realidad, lo que hace Scott Waugh, tras una larga experiencia como especialista, es un precioso y larguísimo anuncio de coches, un trabajo publicitario de primer orden que mimetiza lo que ya hizo en Acto de valor, que codirigió con Mike McCoy, que era un elaborado anuncio de los Navy Seals. ¿Y el videojuego que da origen a la película? Pues en el título y en los coches, no había muchas más posibilidades.

En la habilidad como especialista de Waugh es donde está lo mejor y más rescatable de Need for Speed, porque hace que luzcan los deslumbrantes y lujosos coches que coloca en la pantalla, crea esa sensación de velocidad (cómo ayuda en este sentido la trepidante aunque algo predecible música de Nathan Furst) que exigía inexcusablemente el título y hace que los vehículos sean los únicos protagonistas del filme. ¿La historia? Mejor no tenerla en cuenta si se quiere disfrutar algo de la cinta, porque está tan llena de personajes tópicos, insensataces varias, situaciones previsibles y diálogos absurdos que en base a ese argumento habría que machacar sin piedad el resultado final. Y en el fondo no se lo merece, al menos no de forma radical, aún asumiendo los fallos, incluyendo errores de continuidad, y los lugares comunes, porque no deja de ser un simple divertimento que con un nivel de exigencia bajo no termina de funcionar mal del todo. Por eso los tópicos son tópicos, porque son reconocibles, fáciles y funcionales.

Y es verdad que para rellenarlos se ha escogido a actores competentes y adecuados con lo que se espera de los estereotipos, empezando por Aaron Paul, Imogen Poots y Dominic Cooper, por lo que el resultado no podía salir mal del todo en ese sentido. Ahora bien, la rareza interpretativa de la película es Michael Keaton, que se suma a esa moda que parece estar instalándose en Hollywood de crear un personaje que no tenga contacto físico con ningún otro, lo que permite contar con un actor más o menos conocido sin necesidad de que ruede al mismo tiempo que los demás. Este un tanto desatado Keaton interpreta al promotor de la carrera ilegal en la que participa el protagonista para vengar afrentas pasadas. El reclamo, no obstante, no está en los actores, sino en la glorificación de esa conducción imposible de los videojuegos y que en el salto a la gran pantalla se rellena con las imprescindibles justificaciones a la enorme colección de infracciones y delitos que sazonan los actos de los protagonistas.

Por todo ello, Need for Speed es una película más que previsible de principio a fin, que no cuenta con la sorpresa como uno de sus puntos a favor ni en su trama, ni en sus caracterizaciones ni tampoco en lo que cabe esperar de ella. En todo caso, es obvio que las aspiraciones de la cinta no son más que las que sí consigue Waugh en cierta medida: que haya coches, carreras ilegales, accidentes espectaculares y poco más. Eso, obviamente, genera un halo de desilusión porque empieza a instalarse como la norma. ¿Para qué hacer una buena película si basta con cumplir el expediente y hacerlo con un presupuesto que no se dispare? Si alguien quiere ver una película sobre automovilismo realizada con más destreza comecial, siempre quedará Días de trueno. Y si se busca una buena película de verdad sobre este mundo, está Rush. Para todo lo demás, y por supuesto sin pensar que nada de lo que sucede en la pantalla es verosímil o mínimamente realista, Need for Speed.

martes, abril 08, 2014

'Jackie', una agradable road movie fenemina

Las road movies siempre han tenido un encanto especial. Jackie no es una excepción en ese sentido, porque sabe manejar los elementos más habituales del género y, sin necesidad de ofrecer demasiadas innovaciones narrativas o visuales, simplemente dejándose llevar por el talento de sus actrices, se convierte en una película agradable, bien llevada, muy bien interpretada y con unos personajes descritos con algo más de habilidad que el desarrollo de la historia. Porque la premisa, que se resume en un pequeño prólogo, es muy divertida: una pareja de homosexuales holandeses recurrió a una mujer estadounidense para que hiciera de vientre de alquiler. Las dos gemelas que nacieron, ya adultas y muy diferentes entre sí, tendrán que viajar a Estados Unidos para ayudar a su madre biológica, que se ha roto una pierna, no tiene más familiares y tiene que ir a una clínica de rehabilitación. Tres mujeres, tres personalidades casi contrapuestas, encerradas en una autocaravana recorriendo las carreteras de Estados Unidos.

La película no podría funcionar si el reparto no estuviera a la altura. Y ese aspecto es, con seguridad, lo mejor que ofrece Jackie. Holly Hunter, a pesar de lo poco que se deja ver por el cine, sigue siendo una actriz magnífica que lo demuestra cada vez que tiene la ocasión. Y aquí tiene el dulce de la película, una mujer de carácter huraño, que apenas habla y que no para de observar a esas dos hijas que le son necesariamente extrañas. Pero Jackie no habría funcionado si los tres ejes no fueran complementarios y, hasta cierto punto, simétricos. Las hermanas van Houten, Carice (la de Juego de tronos) y Jelka, soportan bastante bien la tarea y conforman un cuadro muy atractivo. Son tres mujeres muy diferentes entre sí, y tanto el guión de Marnie Blok y Karin van Holst Pellekan como la dirección de Antoinette Beumer saben sacar partido de ello, dejando que la evolución de los tres personajes sea muy natural, nada forzada y, por tanto, muy agradable de presenciar.

En realidad, eso es lo que mantiene la película en un punto alto, porque sí es cierto que en el guión hay situaciones forzadas, algo exageradas, haciendo que parezca algo inverosímil que suceda todo lo que sucede en el viaje de estas tres mujeres, cuya razón de ser acaba desapareciendo sin que nadie parezca ser consciente de ello. Hay algún momento en que, aprovechando lo mejor del trabajo de Holly Hunter, se cae en una ligera reiteración, y quizá se eche en falta algún diálogo más que explique algunos de los temas que plantea la película, pero el influjo de las tres actrices protagonistas es tan grande, su química es tan hermosa de contemplar, que éstos acaban siendo fallos menores. Como película de mujeres y como road movie, funciona razonablemente bien, es divertida cuando tiene que serlo y que abraza sin problema el drama, hasta desembocar en un final muy adecuado.

Aún con los defectos que tiene, Jackie no parece estar tan lejos de otras películas que cuentan con el beneplácito de la crítica, otras historias humanas que en el fondo tienen lo mismo o incluso menos que ofrecer que esta película holandesa. Y quizá ese sea el problema, que la evaluación del cine todavía sigue siendo en ocasiones una cuestión de nombres o de países y no de talento. Porque de Jackie saldrá mucha gente alabando a Holly Hunter porque es la actriz más conocida, sin llegar a esa categoría de estrella que había dado al filme el empujón publicitario que necesitaría, pero no hay tanta diferencia con el buen trabajo de las hermanas van Houten. Y quizá Jackie merezca algo más de crédito, por mucho que su procedencia holandesa y los dos años de retraso con los que llega a España con respecto al estreno en su país sigan evidenciando que la maquinaria hollywoodiendse y sus grandes nombres imponen a veces más de lo que realmente ofrecen. Jackie no tiene nada que envidiar a películas así.

domingo, abril 06, 2014

'Crónicas diplomáticas', riéndose de la terrible realidad política

Si hay un momento en el que una película como Crónicas diplomáticas es especialmente necesaria es justo éste, en estos días de justa desafección y sobresaliente desconfianza hacia la política. Y no precisamente porque el último trabajo de Bertrand Tavernier, basado en el cómic Quai d'orsay, sea una crítica dura y despiadada basada en algunos de los muchos hechos reales que darían perfectamente para una película, que algo de eso seguro que también tiene, sino porque sabe reírse de una realidad política que se antoja así de terrible. Crónicas diplomáticas, siguiendo las aventuras de uno de los gabinetes de asesores de un ficticio ministro de asuntos exteriores francés, da en el clavo de principio a fin. Despierta risas con sus incontables gags pero, hay que insistir en ello, no resulta para nada inverosímil. Exagerada, por supuesto, como procede en la comedia, ese género tan difícil aunque todo el mundo se crea capaz de hacer reír. ¿Pero irreal? En absoluto. Y eso es precisamente lo que hace que el filme sea tan divertido. Luego llega el proceso de asimilar lo que se ha visto y de indignarse ante el hecho de que la realidad sea más o menos así.

En el fondo, Crónicas diplomáticas es la justa venganza del resto del mundo hacia la clase política. Tavernier la ridiculiza hasta el extremo en lo personal y en lo profesional. Muestra el día a día cotidiano, internándose en las entrañas del Ministerio junto a un joven que entra a formar parte de ese gabinete, la forma en la que se solucionan las crisis internacionales, las prioridades de su agenda diaria, la clase de personajes que llegan a tener poder, las motivaciones reales y el enchufismo desbocado. La película no deja títere con cabeza. De eso se trata, por supuesto, pero no habría funcionado si detrás de la historia y de la presentación no hubiera inteligencia. La comedia de Crónicas diplomáticas lo es. La sátira es sutil y precisa, los golpes de humor cuidadosamente calculados, y conducidos en segmentos separados por las citas de Heráclito (como en el cómic) que disfruta usando ese ficticio ministro.

Hay genialidad en el hilo que va conduciendo la película, la redacción de un discurso para el ministro, que se estira como un chicle sin llegar a romperse, aunque sí es verdad que en la segunda mitad de la película hay un ligero descenso del ritmo y quizá la película habría lucido algo más sin llegar a los 113 minutos del montaje final. Pero hay tal maestría en cada escena, casi sketches individuales si no fuera por ese hilo que les une, que al final no es tan importante. Y como el reparto está espléndido a la hora de hacer creíble un guión tan agudo, es imposible no reírse con las peripecias del ministro (Thierry Lhermitte), de su jefe de gabinete (un sutil pero divertidísimo Niels Arestrup) y el joven recién llegado al equipo (Raphaël Personnaz), pero también con el resto de asesores, que cubren los aspectos más anecdóticos, joviales y profesionales de ese día a día que retrata el filme.

Crónicas diplomáticas es una divertidísima cinta, una de las mejores sátiras que se ha hecho sobre la política en los últimos años, extrapolable con absoluta facilidad a cualquier administración de países desarrollados por mucho que se centren en el Ministerio de Asuntos Exteriores francés. Tavernier, con 72 años, lanza afilados dardos sobre lo que aguantamos todos como ciudadanos con una agilidad envidiable, como autor, como cineasta y, por qué no, también como ciudadano. Él, con sus imágenes, traza una dulce venganza contra la clase política, por mucho que haya países en los que el arte no sea más que un estorbo al que ningún político, para su desgracia, prestará atención. Y sí, la película acaba con un aplauso. Uno autocomplaciente de la política hacia sí misma. Uno que confirma la necesidad de sátiras sobre ese mundo tan alejado de la realidad, el que se esconde en los despachos y en las esferas de poder para no escuchar las carcajadas que provocarían si no fuera tan serio lo que hacen.

viernes, abril 04, 2014

'Noé', Aronofsky sale indemne pero no triunfante

La ambiciosa y fantasiosa reinterpretación que Darren Aronofsky hace de la historia de Noé y el arca con la que hizo frente al diluvio universal es uno de los títulos más esperados del año, por el tema que trata, por el nombre de su (para mí sobrevalorado) director y por su espléndido reparto. Por desgracia, el resultado final hace que tanta expectación sea exagerada. No es un fiasco, e incluso se deja ver con más facilidad de lo esperado, Aronofsky sale indemne de su descabellada visión de la historia bíblica gracias a los aciertos que acumula en la creación de los personajes, algo a lo que ayuda notablemente el reparto, y en algunos momentos dramáticos en la segunda mitad de su largo metraje, que llega hasta los 138 minutos. Pero se le escapa por completo lo que debía marcar una diferencia desde el principio, los aspectos más fantásticos, lo más visual e imaginativo de la película, incluso detalles de la historia muy mal resueltos. Todo ello sufre por el trabajo de su director, por una dirección artística dudosa y por un decepcionante uso de los efectos visuales.

Lo peor de todo es que esta vez se puede comprobar que los defectos son de la película, porque Aronofsky, en vista de los problemas que tenía para reunir la financiación necesaria para el filme, había realizado previamente su historia en un cómic que acaba de ser publicado en España y que acabó de convencer a Paramount de ponerse detrás del filme. Ahí se ve que muchos de los errores que comete el autor en la pantalla no aparecen en las viñetas. Así que cabe preguntarse qué ha pasado para que caiga en tantas simplezas, ingenuidades y abiertos errores a la hora de cerrar su historia para el cine. Y no es una cuestión de medios, porque para la película ha dispuesto de ellos y no los ha sabido usar demasiado bien, por defectos (demasiados planos por ordenador fácilmente identificables; el de las dos palomas volando con el fondo cambiante es toda una invitación a dudar de todo el trabajo digital) o por elecciones (sorprendente y mareante el uso de imágenes en movimiento, durante la escena del génesis y en las elipsis).

Si hay algo que acaba salvando la película es que, incluso con menos emoción de la que sería deseable, Aronofsky sí consigue crear unos personajes atractivos, empezando por el propio Noé. Y va de menos a más, porque en la primera mitad falta fuerza y en la segunda sí hay sobradas escenas que inciden en ese aspecto más personal. Noé se convierte entonces en el personaje radical y decidido que debía ser desde el principio, y no un héroe al que adorar como casi parece que es en el arranque. Aunque parece que Russell Crowe es un actor al que cada vez parece más fácil criticar, lo cierto es que sigue siendo un sensacional intérprete, que domina perfectamente los diferentes estados emocionales de Noé. Jennifer Connelly, como siempre, está impresionante. Y por eso algunas de las mejores escenas de la película tienen a estos dos actores en pantalla. Con ellos, el reparto se convierte en uno de los mejores argumentos de Noé, aunque ni Emma Watson ni Douglas Booth destaquen especialmente en sus papeles, cruciales en la historia.

Quizá lo más negativo de Noé es que, con tantos medios a su alcance, no es capaz de superar las clásicas películas bíblicas que basaban su fuerza visuales en prehistóricos efectos visuales y enormes cantidades de extras. Es obvio que no estaba entre los objetivos de Aronofsky realizan una historia tan canónica como aquellas de La Biblia o Los diez mandamientos, pero si lo peor de Noé está precisamente en aquello en lo que pretendía innovar (al menos no hay engaño, porque eso se ve desde el principio sobre todo con los Vigilantes de piedra que introduce) se puede comprender perfectamente que la película deje cierto halo de decepción, aunque lo más probable es que los fans de su director le encuentren elementos suficientemente atractivos como para disfrutar del filme. Pero lo que ofrece Aronofsky es escaso. Visible, lejos del fracaso en que podría haber quedado enterrado por su desmedida ambición e incluso disfrutable por momentos, pero demasiado equivocado en otros muchos como para merecer el aplauso.